La zona cero del rock moderno
De 29/10/13
La zona cero del rock moderno
Si se trazase una línea temporal desde la aparición del primer disco de The Velvet Underground, grabado en 1966 y publicado un año después, sería posible llegar hasta hoy mismo a través de la música de grupos profundamente endeudados con la banda fundada por Lou Reed. Una posible secuencia podría enlazar a Iggy Pop, Patti Smith, REM, The Strokes y The Vaccines, pero las combinaciones son infinitas, tantas como los miles de músicos que se han mirado en el espejo -sonoro, estético y de actitud- del quinteto que inició una revolución perdurable. «Con The Velvet Underground comienza la música moderna», estableció el crítico Lester Bangs.
Desde hace más de seis décadas, no ha habido movimiento alternativo que no se haya inspirado en los neoyorquinos, ya que la originalidad y variedad que se encontraban en sus discos permitían lecturas dispares. El punk tomó la parte más cruda, tanto en sonido como en su universo lírico: las referencias sadomasoquistas de Venus in Furs resuenan poderosas en la estética creada por Malcolm McLaren y Vivienne Westwood para The Sex Pistols. En paralelo, la escena neoyorquina hurgó en la faceta experimental, desde el gusto por el ruidismo hasta la maleabilidad del sonido en el estudio: los grupos de la llamada no wave de finales de los setenta exploraron el gusto de Reed y compañía por el free jazz y las vanguardias. Aquella escena dio un paso más allá con Sonic Youth y, más importante todavía, irradió una influencia en ambas orillas del Atlántico. Con el cambio de siglo, The Strokes recogerían esa bandera del sonido neoyorquino que nace en The Velvet Underground, pero tamizado por las lecturas de la new wave y del indie.
Reed, en solitario, afianzó su condición de referencia. En los setenta, el glam se benefició de su conexión con David Bowie, que desembocaría en los sonidos fríos de Berlin, que habrían de marcar las atmósferas claustrofóbicas de no pocos grupos de post punk de los ochenta. Fue en esa década cuando en España los grupos de la movida reivindicaron al Reed más glam, mientras que la generación posterior, la del indie de los noventa, bucearía en los acoples y drones de The Velvet. Ni siquiera el hip-hop fue ajeno al fenómeno, como prueba el uso por A Tribe Called Quest de la popularísima línea de bajo de Walk on the Wild Side para su Can I Kick It?
En su madurez, Reed se erigió en ejemplo del artista que no pierde el afán de la investigación, lo que proporcionó notables aciertos, aunque también alguna decepción. Discos como New York, Magic and Loss o The Raven -inspirado en la obra de Poe- están tocados por un aliento literario que se han convertido en el paradigma por el que se juzgan la experiencia urbana, el dolor y la confusión y la incorporación de la poesía al rock. Y, junto a la música, estaba también la actitud: la del músico dueño de su carrera, insobornable e independiente.
Desde hace más de seis décadas, no ha habido movimiento alternativo que no se haya inspirado en los neoyorquinos, ya que la originalidad y variedad que se encontraban en sus discos permitían lecturas dispares. El punk tomó la parte más cruda, tanto en sonido como en su universo lírico: las referencias sadomasoquistas de Venus in Furs resuenan poderosas en la estética creada por Malcolm McLaren y Vivienne Westwood para The Sex Pistols. En paralelo, la escena neoyorquina hurgó en la faceta experimental, desde el gusto por el ruidismo hasta la maleabilidad del sonido en el estudio: los grupos de la llamada no wave de finales de los setenta exploraron el gusto de Reed y compañía por el free jazz y las vanguardias. Aquella escena dio un paso más allá con Sonic Youth y, más importante todavía, irradió una influencia en ambas orillas del Atlántico. Con el cambio de siglo, The Strokes recogerían esa bandera del sonido neoyorquino que nace en The Velvet Underground, pero tamizado por las lecturas de la new wave y del indie.
Reed, en solitario, afianzó su condición de referencia. En los setenta, el glam se benefició de su conexión con David Bowie, que desembocaría en los sonidos fríos de Berlin, que habrían de marcar las atmósferas claustrofóbicas de no pocos grupos de post punk de los ochenta. Fue en esa década cuando en España los grupos de la movida reivindicaron al Reed más glam, mientras que la generación posterior, la del indie de los noventa, bucearía en los acoples y drones de The Velvet. Ni siquiera el hip-hop fue ajeno al fenómeno, como prueba el uso por A Tribe Called Quest de la popularísima línea de bajo de Walk on the Wild Side para su Can I Kick It?
En su madurez, Reed se erigió en ejemplo del artista que no pierde el afán de la investigación, lo que proporcionó notables aciertos, aunque también alguna decepción. Discos como New York, Magic and Loss o The Raven -inspirado en la obra de Poe- están tocados por un aliento literario que se han convertido en el paradigma por el que se juzgan la experiencia urbana, el dolor y la confusión y la incorporación de la poesía al rock. Y, junto a la música, estaba también la actitud: la del músico dueño de su carrera, insobornable e independiente.
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